lunes, 15 de agosto de 2011

El Monasterio Maldito

Huerto de los frailes es el nombre con el que se conoce a este monasterio abandonado de la localidad de Carmona en Sevilla, España, donde durante los años posteriores a la guerra española trascendió una historia terrorífica de muertes acaecida en ese monasterio. Lo extraño es que de leyenda urbana parece haber pasado a comprobarse que dicha historia fué real en base a un documento pero del siglo XVII, en el cual las autoridades del pueblo dejaron constancia de estos hechos desgarradores y por demás misteriosos y tétricos.

El documento en cuestión, aparentemente en posesión de un historiador llamado Fernando Villa Nogales, dice así:

"De una parte, José Díaz de Alarcón, escribano, y por otra, Juan Rodrigo Perea, Fraile dominico, en unión con alguaciles y demás fuerzas públicas y religiosas, nos narra así los hechos ocurridos:

“Yo señores, me hice fraile dominico en el convento de San José, donde entré en el noviciado hace ya tres años poco más.

En la mañana del 20 de noviembre de éste año de nuestro señor (1680), entró por parte de Cantillana, un aspirante al noviciado que dijo llamarse según recuerdo Don Jaime Maldivas, y que fue aceptado con plena satisfacción por parte del padre Prior y demás. Este hombre era alto, de cejas muy pobladas, de nariz aguileña, y su cara tan fina como una espada. Nunca le ví en compañía de otros en la huerta o en la capilla, por lo que nos extrañó.

Yo, señores, no sé como ocurrió, que en la mañana del 25 de noviembre del su dicho año, cuando desperté no encontré la puerta de mi celda abierta como era la costumbre (pues como ustedes saben todas las noches nos echan llaves y cerrojo) y creyendo que era aún muy temprano, me entregué a profundas meditaciones”.

“Después de esperar mucho rato, sentí por fin unos pasos neblinados que provenían del pasillo y que venían a morir justo ante la puerta de mi celda. La puerta, de un suave rasquido, quedó abierta; pero cuanta fue mi sorpresa, cuando pude comprobar, que detrás de esta no había nadie para darme la mistésica, como era costumbre, permaneciendo el pasillo totalmente sordo en cuanto a rezos e invocaciones. Entonces fue cuando pensé que quizá la misa primera ya hubiese empezado, y me hubiese quedado dormido y castigado, pero al ver que las puertas de las celdas de mis compañeros estaban todas abiertas de par en par, quédeme pensativo un momento, para después salir corriendo hacia la capilla. Cuando llegué a ésta, no vi a nadie, y entrome un calor desde la garganta hasta el pecho, cuando oí unos lamentos a media voz que al parecer provenían de la cocina que estaba al lado de la capilla.

Salí corriendo por los pasillos del convento dando voces llamando al padre prior y demás frailes, pero ni uno ni otros me contestaron, por lo que determiné marchar a la ciudad para avisar a más gentes y averiguar lo que pasaba.

Fue esta mi intención como os digo, pero no lo hice así, pues esos quejos de los que antes hablé, parecían que me perseguían a todas partes que fuese, y aunque quise salir del convento, algo me empujaba hacia la cocina, que si recuerdan, era el lugar donde provenían los quejos.

Cuando llegué a la cocina los quejos se sentían tan fuertes dentro de mi, que creí que era yo mismo el que los producía, que en mi tenían desarrollo y manifiesto. Pero pronto de dí cuenta que el lugar de su procedencia era el sótano y, sin poderlo remediar, me ví no sé como bajando sus inclinados escalones.

Maldita sea, señores, maldita sea el momento en que entré en aquella habitación, pues que al entrar encontré al padre prior y a los demás frailes colgados por los ganchos donde solíamos colgar los cerdos, jamones y chorizos.

Yo, señores, al ver aquel marco infernal y sangriento, comencé a ver también unos seres pequeños, que apiñados alrededor de los cuerpos muertos, comían sus carnes. En aquel momento, entrome un desmayo pasajero, y pude ver señores, como los seres que antes os había hablado se reunían en uno solo, de aspecto repugnante y enorme, viniéndome a decir estas palabras: «Te dejé vivir para que proclamaras mi venida al mundo». Entonces, un fuego comenzó a propagarse por el sótano. Como tenía los sentidos agarrotados no pude mover músculo alguno para moverme y salir corriendo, y cuando pude hacerlo, la misma voz que referí anteriormente, me volvió a decir, «ve y di que Satán está aquí».

Lo demás señores ya lo conocéis, y quisiera que no se me volviese a tachar de loco, pues ustedes mismos y el pueblo entero ha sido testigo de lo que después ocurrió, y ya, si me lo permiten vuesas mercedes, quisiera marcharme, pues espero salir ésta misma tarde hacia Sevilla, porque no quiero volver más a ésta ciudad”. 



Ahora bien, allí no termina la cosa sino que se pone mejor. Cuando leemos el testimonio del alguacil todo se torna más escalofriante aún y la denominación de Monasterio maldito alcanza su mayor justificación. Este es el relato del alguacil:

“Yo, Don Alonso Sans de Heredia, alguacil de las torres doy fe, que la tarde siguiente después de la declaración que dio aquella mañana este fraile al que acabamos de oír, entramos con otros alguaciles y otras gentes de la villa, y vimos como en el sótano antes mencionado estaban ciertamente colgados por los ganchos multitud de frailes, y el prior a quién yo mismo pude conocer, desangrados y descarnados, dando órdenes de que se bajaran y se enterrasen.

Como no vimos ni oímos nada de sobrenatural en aquel convento, mandé también apresar al fraile que nos había contado tantas fantasías, y se consignó como el asesino real de aquella atrocidad.

Pero doy así mismo fe, de que a las siete de la tarde, cuando se estaban enterrando los cuerpos en los huertos, fui, con muchos, testigo de un sobrenatural fenómeno.

Este consistió, como todos pudimos comprobar, en un oscurecimiento del cielo, y entre dos columnas de fuego, apareció un rostro horrible de alimaña, confesándose de aquellos crímenes.

Más tarde, de un fulminante rayo, descendió una blanca luz, y de esta bajó aquel ser en forma más humana de como nos había hablado. Mandé entonces que absolvieran al fraile, y que apresaran aquel ser maligno, o lo que fuese, pero apenas di la orden, todo el mundo salió corriendo, y yo, al verme solo, no pude sino copiarles del mismo modo.

Doy fe, también, que al siguiente día y tras avisar a los obispos letrantes de Sevilla, nos presentamos de nuevo en aquel maldito convento con toda gente voluntaria que pudimos reclutar, portando todos cruces y biblias, para echar a ese ser endemoniado de ésta santa ciudad.

Cuando llegamos apareció este horrible ser, en lo alto del campanario de los curas, y mandando derribar la puerta, envié a muchas gentes y soldados para conseguir echarlo o aniquilarlo con las biblias y los crucifijos.

Cual fue nuestro asombro cuando nos dimos cuenta que los soldados y demás gente que enviábamos no llegaban a la torre, si no que los que lo hacían, se despedían como muñecos desde la torre al suelo adonde estábamos, y otros desaparecían.

Sonó un fuerte trueno en los cielos, y un viento enventolado nos hizo rodar por los suelos y cuando nos pudimos levantar de él, vimos como el ser satánico se abrió el pecho (donde pudimos ver toda clase de atrocidades y de endemoniadas formas humanas) y dijo: «Perezca todo y todos» y al momento un temblor de tierra destruyó el convento y muchos de los que estábamos allí perecieron.

Al siguiente día, cuando despertamos, vimos que estábamos allí entre cuerpos muertos, pues pocos quedamos con vida. Marchamos como pudimos con nuestros miembros dislocados y mandamos que aquel lugar fuera sembrado de sal. Después de esto no volvimos a oír ni ver nada que indicase que aún este ser estuviese con nosotros”.


Yo se que a todos los lectores les gustaría que continúe con este relato, sin embargo algo dentro de mi me dice que no prosiga. Sobre todo porque este hecho tan misterioso parece haberse repetido durante la década del 40 al 50 del pasado siglo. Quien quiera proseguir con esta investigación puede buscar más datos en la red. Pero en este acto preciso me libero de toda responsabilidad por lo que a cualquiera que siga más allá de los límites pudiera pasarle. Adentrarse mucho más en esta historia podría acarrear consecuencias inimaginables. Lo he dicho.